El de Albatera fue uno de los campos de concentración del franquismo más macabros de España. Por sus instalaciones, un antiguo campo de trabajo de la República, se estima que llegaron a internar a unos 14.000 presos, entre los que destacaron numerosos dirigentes y figuras de la sociedad republicana, los cuales no habían podido escapar a la represión desde Alicante, la última provincia que resistió en la guerra civil. Muchos no salieron con vida y los que lo hicieron siempre han tenido en el recuerdo el hambre y la sed que padecieron o la crueldad a la que fueron sometidos.
Sin embargo, en medio de la oscuridad de ese negro capítulo del régimen de Franco sobresalen historias de esperanza. En esta ocasión se trata de una recuperada para EL ESPAÑOL De Alicante por Felipe Mejías, el arqueólogo que lleva tres años tratando de poner luz a un recinto se afanó especialmente en borrar.
Protagonizada por un joven preso vasco, José Antonio Urquijo salió de aquella cárcel cuando la cerraron, en octubre de 1939, con 22 años, 32 kilos de peso y dos inesperadas amistades a las que no volvió a ver hasta 1975. Desde entonces, "la amistad entre ellos ha perdurado para siempre", cuenta su hijo Enrique Urquijo. Esta es la historia desde el principio.
José Antonio Urquijo (1917 - 2008) empezó a trabajar en la Compañía de Ferrocarriles Vascongadas en 1934. Padre de once hijos, el golpe de estado le llevó a enrolarse como voluntario en el Ejército vasco hasta su detención en junio de 1937.
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José Antonio Urquijo con el batallón Otxandiano Caserío de Elgeta (Gipuzkoa) en diciembre de 1936. Cedida por la familia |
Desde entonces, como recuerda su hijo Enrique, estuvo en 19 prisiones entre comisarías, cárceles, campos de concentración y batallones disciplinarios "y ninguno se asemeja en crueldad a Albatera", apostilla.
Primero en el campo de concentración de Santoña (Cantabria), luego lo pasaron al de Miranda de Ebro (Burgos), "las condiciones de ambos no fueron malas", rememora Enrique. De allí pudo huir para alistarse, de nuevo, en el bando republicano hasta que, 1939, volvieron a arrestrarlo, esta vez en Alicante. El 1 de abril le llevan al campo provisional de Los Almendros. "Estuvieron solo cuatro días pero eso, no les dieron nada de comida ni bebida", relata Enrique. A continuación, fue a parar a Albatera, donde le daban de comer "un chusco de pan y una lata de sardinas y medio litro de agua cada dos días". Una de las anécdotas que ha recordado desde entonces su padre era cómo un teniente, "que era mala persona, ametrallaba los bidones de agua que llegaban". Aunque, una de las anécdotas que más ha marcado a esta familia era que, "para combatir la sed, han llegado a beber orina de las letrinas". Todo, en un campo "de costra de sal donde dormían", rememora. Como en todo campo de concentración, en Albatera también se sucedieron los intentos de fugas. "A los evadidos los formaban junto a ellos y los fusilaban delante de sus ojos", asegura, "aunque mi padre nos explicaba que las muertes más habituales eran por enfermedades", agrega. "El objetivo era que los presos no se sintieran ni personas", concluye. Carmen Rubio y MarujaPero José Antonio sí pudo sentirse persona. O, al menos, al conocer a Carmen Rubio y Maruja pudo recobrar la fe en la humanidad. "Nos contó cómo un día a algunos presos los sacaron fuera del campo a cavar unas fosas", avanza este empleado de ferrocarriles jubilado, "cuando pasaron dos chicas que iban a trabajar, no al campo de concentración, sino a la tierra". Estas dos chicas jóvenes iban comiendo naranjas cuyas pieles tiraron al suelo. "Entonces vieron cómo los presos se tiraron como posesos a por ellas del hambre que tenían", explica emocionado. "Les causó tanta impresión y pena" a estas dos vecinas de Albatera, también represaliadas por el franquismo, que, "a pesar de que no tenían mucho, de vez en cuando pasaban por allí les daban alguna naranja" a presos como José Antonio. Este preso salió de Albatera y, tras ingresar en el campo de concentración de Portaceli (Valencia), "más llevadero", lo incorporaron a un batallón disciplinario hasta 1942, cuando le tocó hacer la mili. Más tarde, pudo volver a su trabajo en Ferrocarriles Vascongadas eso sí, sin poder recuperar su categoría por ser "desafecto al régimen" tras ingresar de nuevo en la cárcel por formar parte de la resistencia (militante del PNV en la clandestinidad). "Y en mi casa mi padre siempre decía 'tengo que volver a Albatera y darles las gracias a estas dos chicas'". Un deseo que pudo cumplir a principios de 1975, cuando todavía vivía Franco. "Mis padres fueron con mi hermano pequeño hasta Albatera, las encontraron a las dos, trabaron una buena amistad pese a la distancia. Se escribían siempre por Navidad, se enviaban dulces y se volvieron a ver años después varias ocasiones más. De aquella visita también se trajeron arena del campo de concentración. Con ella fue enterrada Jose Antonio en 2008. En su funeral, uno de sus hijos escribió el siguiente texto: “recibí de mi padre hambre y sed de justicia, por eso soy bienaventurado. Aita también era bienaventurado por muchas otras cosas; era limpio de corazón pero, sobre todo, padeció prisión por causa de la justicia, por eso era bienaventurado. En su ataud le acompaña un puñado de tierras del campo de concentración de Albatera. Albatera fue entre las 19 prisiones que pusieron a prueba su espíritu, la que más debilitó su cuerpo y más fortaleció sus convicciones”.
FUENTE: https://www.elespanol.com/alicante/cultura/20230112/vasco-campo-concentracion-albatera-vecinas-devolvieron-vida/732927057_0.html
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