"Envidiaremos a los muertos": masacre en el Campo de los Almendros de Alicante
Terminaba la guerra civil y en el puerto, durante tres días y tres noches, los refugiados esperaron en vano ser embarcados; muchos niños murieron de inanición, otros, prefirieron suicidarse
"En una guerra nunca puedes reconocer, ni siquiera a ti mismo, que todo está perdido. Porque, cuando reconoces que está perdido, te machacan. Aquel que está siendo machacado y se niega a reconocerlo y sigue luchando por más tiempo, gana todas las batallas definitivas; a menos, por supuesto, que lo maten, se muera de hambre o se vea privado de armas o traicionado. Todas estas cosas le ocurrieron al pueblo español. Muchos murieron, sucumbieron al hambre o fueron privados de armas o traicionados". Las palabras de Ernest Hemingway resumen la desesperada situación republicana en las postrimerías de la Guerra Civil al tiempo que sintetizan la derrota de las ilusiones de Juan Negrín en una resistencia a la espera del estallido del conflicto europeo.
Los sueños de un milagro de última hora se desvanecieron con el golpe de Segismundo Casado y su Consejo Nacional de Defensa, un desastre sin paliativos que agravó más si cabe la situación de todos los futuros perdedores, varados y con la espada de Damocles, sádica en su blandir gozoso sobre pobres cabezas condenadas a sufrir el inicio de la victoria. Porque la paz no existió. Es imposible si se impone sin acuerdos. Ya lo decía, y lo intentó, Juan Negrín: "La paz negociada siempre; la rendición sin condiciones para que fusilen a medio millón de españoles, eso nunca".
Quizá la suerte estuvo echada desde el principio del conflicto, pero la caída de Cataluña y el éxodo hacia la frontera aceleraron el desenlace. Marzo de 1939 quedó como el mes de la hecatombe. Negrín huyó para evitar ser apresado por Franco y en Madrid, la pieza más codiciada, la proclamación de un nuevo poder republicano provocó la segunda Guerra Civil dentro del bando amparado por la legalidad. Si en mayo de 1937 Barcelona dio un toque de la utopía del triunfo los acontecimientos epigonales en la capital sellaron la puerta a cualquier esperanza, derribada también ante el temor por el mañana, con la ley de Responsabilidades Políticas afilada al poner el dedo en la llaga incluso antes del alzamiento de 1936, pues uno de sus apartados comportaba también penas para los implicados en las revueltas de octubre de 1934.
"En una guerra nunca puedes reconocer, ni siquiera a ti mismo, que todo está perdido. Porque, cuando reconoces que está perdido, te machacan. Aquel que está siendo machacado y se niega a reconocerlo y sigue luchando por más tiempo, gana todas las batallas definitivas; a menos, por supuesto, que lo maten, se muera de hambre o se vea privado de armas o traicionado. Todas estas cosas le ocurrieron al pueblo español. Muchos murieron, sucumbieron al hambre o fueron privados de armas o traicionados". Las palabras de Ernest Hemingway resumen la desesperada situación republicana en las postrimerías de la Guerra Civil al tiempo que sintetizan la derrota de las ilusiones de Juan Negrín en una resistencia a la espera del estallido del conflicto europeo.
Los sueños de un milagro de última hora se desvanecieron con el golpe de Segismundo Casado y su Consejo Nacional de Defensa, un desastre sin paliativos que agravó más si cabe la situación de todos los futuros perdedores, varados y con la espada de Damocles, sádica en su blandir gozoso sobre pobres cabezas condenadas a sufrir el inicio de la victoria. Porque la paz no existió. Es imposible si se impone sin acuerdos. Ya lo decía, y lo intentó, Juan Negrín: "La paz negociada siempre; la rendición sin condiciones para que fusilen a medio millón de españoles, eso nunca".
Quizá la suerte estuvo echada desde el principio del conflicto, pero la caída de Cataluña y el éxodo hacia la frontera aceleraron el desenlace. Marzo de 1939 quedó como el mes de la hecatombe. Negrín huyó para evitar ser apresado por Franco y en Madrid, la pieza más codiciada, la proclamación de un nuevo poder republicano provocó la segunda Guerra Civil dentro del bando amparado por la legalidad. Si en mayo de 1937 Barcelona dio un toque de la utopía del triunfo los acontecimientos epigonales en la capital sellaron la puerta a cualquier esperanza, derribada también ante el temor por el mañana, con la ley de Responsabilidades Políticas afilada al poner el dedo en la llaga incluso antes del alzamiento de 1936, pues uno de sus apartados comportaba también penas para los implicados en las revueltas de octubre de 1934.
Las premisas de la catástrofe
El 27 de febrero de 1939 Francia e Inglaterra reconocieron a la España Nacional, desvaneciéndose así la quimera de supuestos apoyos para alargar la agonía. Pocas horas después, ante los hechos consumados, dimitía el Presidente Manuel Azaña. Negrín se quedaba solo en la Posición Yuste, nombre dado al lugar donde se estableció el Gobierno de la Segunda República del 25 de febrero al 6 de marzo de 1939.
El 27 de febrero de 1939 Francia e Inglaterra reconocieron a la España Nacional, desvaneciéndose así la quimera de supuestos apoyos para alargar la agonía. Pocas horas después, ante los hechos consumados, dimitía el Presidente Manuel Azaña. Negrín se quedaba solo en la Posición Yuste, nombre dado al lugar donde se estableció el Gobierno de la Segunda República del 25 de febrero al 6 de marzo de 1939.
Terminaba la guerra civil y en el puerto, durante tres días y tres noches, los refugiados esperaron en vano ser embarcados; muchos niños murieron de inanición, otros, prefirieron suicidarse
"En una guerra nunca puedes reconocer, ni siquiera a ti mismo, que todo está perdido. Porque, cuando reconoces que está perdido, te machacan. Aquel que está siendo machacado y se niega a reconocerlo y sigue luchando por más tiempo, gana todas las batallas definitivas; a menos, por supuesto, que lo maten, se muera de hambre o se vea privado de armas o traicionado. Todas estas cosas le ocurrieron al pueblo español. Muchos murieron, sucumbieron al hambre o fueron privados de armas o traicionados". Las palabras de Ernest Hemingway resumen la desesperada situación republicana en las postrimerías de la Guerra Civil al tiempo que sintetizan la derrota de las ilusiones de Juan Negrín en una resistencia a la espera del estallido del conflicto europeo.
Los sueños de un milagro de última hora se desvanecieron con el golpe de Segismundo Casado y su Consejo Nacional de Defensa, un desastre sin paliativos que agravó más si cabe la situación de todos los futuros perdedores, varados y con la espada de Damocles, sádica en su blandir gozoso sobre pobres cabezas condenadas a sufrir el inicio de la victoria. Porque la paz no existió. Es imposible si se impone sin acuerdos. Ya lo decía, y lo intentó, Juan Negrín: "La paz negociada siempre; la rendición sin condiciones para que fusilen a medio millón de españoles, eso nunca".
Quizá la suerte estuvo echada desde el principio del conflicto, pero la caída de Cataluña y el éxodo hacia la frontera aceleraron el desenlace. Marzo de 1939 quedó como el mes de la hecatombe. Negrín huyó para evitar ser apresado por Franco y en Madrid, la pieza más codiciada, la proclamación de un nuevo poder republicano provocó la segunda Guerra Civil dentro del bando amparado por la legalidad. Si en mayo de 1937 Barcelona dio un toque de la utopía del triunfo los acontecimientos epigonales en la capital sellaron la puerta a cualquier esperanza, derribada también ante el temor por el mañana, con la ley de Responsabilidades Políticas afilada al poner el dedo en la llaga incluso antes del alzamiento de 1936, pues uno de sus apartados comportaba también penas para los implicados en las revueltas de octubre de 1934.
Las premisas de la catástrofe
El 27 de febrero de 1939 Francia e Inglaterra reconocieron a la España Nacional, desvaneciéndose así la quimera de supuestos apoyos para alargar la agonía. Pocas horas después, ante los hechos consumados, dimitía el Presidente Manuel Azaña. Negrín se quedaba solo en la Posición Yuste, nombre dado al lugar donde se estableció el Gobierno de la Segunda República del 25 de febrero al 6 de marzo de 1939.
El primer ministro había encargado a Gobernación 60.000 pasaportes para escapar de lo que prometía ser una omnímoda cárcel. Sus sucesores conocían a la perfección el drama en ciernes, por eso el coronel Casado activó las gestiones para facilitar la tarea a quien quisiera salir de España y confeccionó con el general Matallana un plan para retirar las tropas del Ejército del Centro y retrasar el avance sublevado hasta la costa con el fin de dar tiempo a los que quisieran embarcar en los puertos para una evacuación masiva. Confiaba en la clemencia de Franco y esa ingenuidad supuso la ruina para millares de ciudadanos inocentes. El inminente vencedor exigía la rendición incondicional y pertrechó los medios necesarios para impedir cualquier forma de huida. A principios de marzo la flota republicana desertó la flota republicana sita en Cartagena y huyó a Bizerta. A partir de ese instante se decretó el cierre de las aguas territoriales españolas.
Se declaró cerrada toda la franja costera comprendida entre Sagunto y Adra. La única posibilidad para escapar de la pesadilla eran los buques mercantes. La protección de las aguas internacionales quedó en manos de barcos de guerra británicos y franceses. Nada podían hacer para proteger a los navíos mercantes en zona de guerra. En los puertos la única argucia era sortear el bloqueo, cruzar los dedos y rezar.
El de Gandía estaba gestionado por ingleses. Protestaron de inmediato. En Alicante dos mercantes de esta nacionalidad, el Stanhope y el Ronwyn, zarparon el 9 y el 11 de marzo, alarmados por las noticias del bloqueo. El segundo había sido contrato por la Federación Socialista de Alicante para evacuar a más de seiscientos pasajeros cuya vida corría peligro en caso de ser capturados. Llegaron a Orán el 13 de marzo. El Stanhope acogió a unos pocos afortunados a cambio de cuantiosas cantidades de dinero. Días antes el Foreign Office había indicado que las autoridades anglosajonas que no evacuaría a refugiados sin permiso de Franco. Como cuenta Paul Preston en 'El final de la Guerra' (Debate) el premier Neville Chamberlain, el mismo que enarboló un papel tras Múnich definiéndolo como la paz para nuestros tiempos, haría por los prisioneros lo dictado por la palabra del Caudillo. Ni más ni menos. La nada. El oprobio porque la Historia siempre se escribe después.
Mejor morir en el vino que vivir en el agua
Una crítica habitual a la producción cultural española es su atención a la Guerra Civil. Durante años las cifras del sector desmienten la afirmación, agravada por el descuido a obras fundamentales, como el 'Laberinto mágico' de Max Aub (París, 1903-Ciudad de México, 1972), seis extraordinarios volúmenes inencontrables en librerías y vendidos a precio de oro en páginas referenciales de segunda mano como Iberlibro. Una posible respuesta seria contemplar el panorama editorial como un obsesivo mercado de novedades que apenas contempla el valor de lo escrito, como si recuperar clásicos fuera una pérdida económica demasiado gravosa, a diferencia de otros países europeos donde se considera esencial disponer de la gran literatura desde la idea del deber para con la ciudadanía desde la normalidad de la lectura.
Aub enarbola un prodigio polifónico que alcanza su plenitud en 'Campo de los almendros', último tomo de la serie dedicado al caos de las postrimerías del desenlace. Es apasionante leer esas voces nada fingidas por la misma participación del autor en esas horas cruciales. La alternancia de nombres históricos con almas cotidianas confiere empaque al relato, donde el verbo flota en una apresurada y abnegada prosa pese a su brillantez. El punto final es Alicante, ciudad diezmada durante la guerra por los bombardeos y última rama a la que asirse tras la Ofensiva de la Victoria, en realidad un desfile triunfal ante la ausencia de combatientes contra los que luchar, y las falsas promesas de Casado, empecinado en una piedad inexistente, mediocre a la hora de rubricar el desbarajuste, algo demostrado sin ir más lejos el 27 de marzo de 1939, cuando llegó a Valencia una delegación de Evacuación y Ayuda Española perteneciente al Cómite Internationale de Coordination et d’Information pour l’Aide Espagnole Republicaine. En su informe afirmaron que de haber recibido el sostén necesario podrían haber auxiliado a más de sesenta mil personas, pero durante esas jornadas la cifra de embarcados no superó las seiscientas cincuenta.
Casado pensaba contar con una semana para desplazar más o menos a diez mil refugiados. Era un iluso con sentimientos grandilocuentes y una concepción exagerada sobre sí mismo. Nunca debemos fiarnos de alelados con ínfulas pendientes de figurar en los manuales de texto sobre el pasado. Embarcó en Gandía y empezó su camino del exilio en Marsella. Su único logro fue preparar el terreno a Franco para concentrar ingentes cantidades de republicanos en los puertos de la zona, atraídos por un efecto llamada como último cartucho para evitar la represión.
En Alicante se concentraron quince mil personas en su puerto para evitar ser apresadas por las triunfales tropas franquistas
La caída de Madrid agravó la diáspora y múltiples riadas humanas afluyeron hacia Alicante, donde se calcula una concentración de quince mil personas en su puerto para evitar ser apresadas por las triunfales tropas franquistas. Los últimos que consiguieron zarpar lo hicieron en el Maritime y el Stanbrook, fletado por la Federación Socialista de Alicante para posibilitar la evacuación de refugiados. Llegó a Orán el 30 de marzo con más de tres mil pasajeros. En los surcos del azar, el novelista gráfico Paco Roca inicia las peripecias de la Nueve, con los republicanos españoles liberando París de la ocupación alemana, justo cuando la nave capitaneada por Archibald Dickson partía hacia su destino africano. El Stanbrook terminó su periplo vital el 19 de noviembre de 1939, cuando fue torpedeado por un submarino alemán en el mar del norte. Pereció toda la tripulación.
La victoria es la barbarie
En Alicante se había instalado la barbarie. Durante tres días y tres noches los refugiados esperaron en vano ser embarcados. Muchos niños murieron de inanición. Otros, como Francisco Oliver, prefirieron suicidarse. Había sido el alcalde socialista de Alcira y su último gesto simboliza la frustración de todos aquellos hombres y mujeres condenados sin remisión. Carmen Arrojo, una de las pequeñas concentradas en ese infierno en miniatura, lo contó hará un decenio, explicando que delante suyo un hombre encendió un puro, se sentó y una vez lo encendió procedió a coger una navaja para rebanarse el cuello de lado a lado. Nunca se encontró su cuerpo ni existe certificado de defunción alguno.
El 31 de marzo, un día antes del célebre Cautivo y desarmado, la división Littorio ocupó Alicante. El cónsul argentino intentó mediar un acuerdo respaldado por sus homólogos de Francia y Cuba. Los italianos se comprometieron a facilitar salvoconductos a quienes quisieran abandonar España siempre que los republicanos allí presentes depusieran las armas. Aceptaron y de nada sirvió. Franco desautorizó la acción. Los refugiados fueron desalojados del puerto. Las familias fueron separadas con violencia. Quienes protestaron fueron golpeados o fusilados.
Cuando se evaporaron las opciones de evacuación, los suicidios aumentaron. Los prisioneros tuvieron que desfilar delante de los cadáveres
Cuando se evaporaron las últimas opciones de ser evacuados los suicidios aumentaron. Los prisioneros fueron obligados a desfilar delante de los cadáveres. Alguien dijo pronto envidiaremos a los muertos. Tenía razón. Mujeres y niños fueron conducidos a la ciudad, donde permanecieron un mes hacinados en un cine sin poder lavarse ni apenas comer.
Otros fueron conminados a caminar hasta el Campo de los Almendros, donde había un almendral. No hay poesía en su bautizo. Durante seis días entre dieciocho mil y treinta mil seres humanos permanecieron en un espacio de 200 metros de ancho por 80 de largo, un improvisado campo de concentración donde se dormía sobre el barro a la intemperie y era imposible fugarse por un cerco de ametralladoras y alambre de espinos. La lluvia y el viento castigaban aún más a los reos. Durante una semana fueron alimentados en dos ocasiones. La primera con una pequeña lata de sardinas para cuatro personas y una barra de pan para cinco. La segunda con una lata de lentejas para cuatro y un chusco de pan para cinco. Arrancaban las nueces verdes y comían las hojas o la corteza. Hoy en día el Campo de los Almendros es un centro comercial.
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