http://petreraldia.com/reportajes/cuando-las-armas-sustituyeron-a-los-zapatos.html/3
Miguel «Cabrochu» me apareció un día cualquiera, en la «cuesta de La Tenderina», barrio en el que se encontraba la Fábrica Nacional de Armas, en la que trabajaba y vivía cerca. Nos identificamos. Me llevó al taller de Carpintería de Jesús Granda, capataz que fue de la «madera» en el «montaje» de los fusiles y afloraron también los recuerdos. Al vasco Miguel Gimeno lo pude localizar, en una ocasión única (1943) que pasé por Eibar, donde vivía y regentaba un modesto negocio familiar, dedicado a la fabricación de cañones para escopetas. Son todo recuerdos.
Precisando
El complejo al que me referido en este trabajo es lo que se conoce como la «Ciudad sin ley», en el Petrer actual. Me he permitido satisfacer este trabajo, con unas fotografías que representan lo que hoy es este lugar, motivándolas con algún texto aclaratorio, al pie de las mismas, de lo que fueron. Posiblemente este sitio, será objeto de modificaciones urbanísticas —próximo futuro— dado las posibles actuaciones que se tienen previstas, en lugares cercanos a este recinto.
De la Fábrica de Armas —parte de la historia de este pueblo— es posible que no dejen huella alguna de este hecho irrepetible. Lo considero normal. De «Luvi» — reminiscencia próxima importante que fue de nuestra actividad fabril más significativa, los calzados, ejemplo que me permito asemejar a este lugar—, no queda señal alguna notoria. Es otra cosa. La creo más representativa para el pueblo. Estimo lamentable el ovido, si al final queda definitivo. Sin afanes pretensiosos, espero que mi relato y fotografías ilustrativas, puedan rememorar modestamente otros tiempos algún día. Menos es nada.
Hubo otra fábrica instalada en lo que fue García y Navarro, dedicada a la produción de carcasas de proyectiles de cañón y alguna otra más en Elda con los fines militares específicos de las mismas. Desconozco pormenores. Mis recuerdos he intentado remitirlos a los vestigios que fueron vividos exclusivamente por mí. Petrer ha crecido. 31.000 habitara creo tenemos y estamos a mediados del 2003 ¡Y sigue!..
JOSÉ MARÍA NAVARRO MONTESINOS
——————————————————————————————————————————————————–
Las personas
Me voy a referir a las que tuve un contacto más directo, por su proximidad o colaboración mía en los trabajos generales. A mi izquierda estaba quien llegó a ser un amigo entrañable, en la niñez como en la adolescencia. Claudio Román fue el aspirante que mejores notas sacó para el ingreso como aprendiz. Era aplicado y listo, aunque retraído. Carácter de apreciada bondad amistosa, era estimado en los ámbitos en los que se movía. Murió sin haber cumplido los 20 años, como consecuencia de una tuberculosis. Terminada la Guerra Civil Española transcurrieron años muy paupérrimos, habiéndose asentado en nuestro pueblo— durante un alargado periodo de tiempo— un ambiente empobrecido y misérrimo, propiciando el advenimiento de esta enfermedad funesta. Lo cuento con mayor detalle en mi libro «Nacer y Vivir en Petrer» de mis «memorias», que fue editado en Enero de 2002.
A mi derecha José Ramírez —un año más que yo— era un valenciano que vino con su familia procedente de Castellón, los más como operarios de la fábrica, pues, ya lo venían siendo. Hicimos buena amistad y terminada la contienda lo visité alguna vez en su domicilio de Valencia. A su derecha un «tornillo» sin ocupar, para trabajos circunstanciales, se encontraba en situación de disponible.
El tornillo de enfrente de Claudio, en «teoría» pertenecía a José León Jover—conocido por «Clemente»— (otro aprendiz amigo de la infancia agregado a esta sección, pero ejerciendo su misión fuera de la misma, al tener su lugar de trabajo en el «probadero» de los fusiles, como auxiliar de un oficial especializado, del que sólo recuerdo su mote—»el Cuervo»— de talante afable y dicharachero como buen asturiano).
El siguiente estaba ocupado enfrente del mío, por un vasco característico. Deogracias Landeras era su apelativo formal. De acusada personalidad y talante amable y expresivo, era alto y corpulento y yo aprendía con sus consejos. Sufría una úlcera de estómago, que lo hacía rabiar en determinadas situaciones. No habían en aquellos tiempos lejanos medios farmacéuticos que aliviaran el dolor, como ahora poseemos. Había que ver a una persona de volumen como ésta, revolcarse en el pavimento del piso, encogiendo y contrayendo su amplia musculatura, intentando minimizar el sufrimiento horrendo que padecía a menudo. ¡Impresionante!
Guardo de este personaje singular una anécdota que me afecta. Intento contarla pretendiendo amenizar el relato. La nave del «Montaje» propiamente dicha, con un anexo para los delineantes, ocupaba el completo del espacio alto, de lo que fue la Fábrica de Calzados de Alfonso y Francisco Chico de Guzmán.
En invierno para mitigar el frío, se disponía de un barril circular de chapa metálica dura, que situado en el centro de la nave, quemaba el sobrante de la madera con la que se hacía la culata del fusil y de vez en cuando, nos acercábamos al calor de sus llamas a la vista, para calentar las manos al menos, aliviando su frialdad.
Yo me personaba al puesto de trabajo, vestido con una cazadora como abrigo, que me quitaba —quedándome en mangas de camisa— para ejecutar mi trabajo habitual, delante del tornillo de mi puesto de trabajo. Pasaba frío. Un día Deogracias Landeras, con sorna graciosa y aprecio manifiesto, me espetó sorprendiéndome: «¿La cazadora, la guardas para el mes de Agosto?»… Asimile la lección y ya más no me la quité.
A continuación del vasco, un castellonense de Villarreal de apellido «Gozalvo», ocupaba el «tornillo» correspondiente. Procedía de una familia muy industrial —importante— dedicada a la construcción de carrocerías para camiones. Al parecer este apellido aún se vincula por aquellos lares con este tipo de industria significativa. Sobria amabilidad y pocos deseos de comunicación excesiva —apreciación intrascendente de mi parte— parecían dar a entender sus resentimientos, respecto de cómo hubo de afrontar su familia, cómodamente instalada posiblemente, las contrariedades propias de la guerra civil. Buena persona y competente en sus obligaciones, favorecía nuestro aprendizaje en cuanto podía. El capataz de esta parte de la sección, dedicada al ensamblaje de las piezas metálicas del fusil —cañón al que se había incorporado el «punto de mira», caja de mecanismo y percutor unido al gatillo— se llamaba Miguel Peirats, que procediendo de Castellón, se trasladó a Petrer con su familia al completo.
Inherente a esta fracción de la Sección, había un apartado de la misma, con dos operarios —oficial vasco especializado y ayudante asturiano muy competente— dedicados a un trabajo muy peculiar, como era la comprobación del enderezado del conducto del cañón por el que sale la bala cuando se dispara el fusil. Ambos con el mismo nombre de pila. El vasco Miguel Gimeno, procedente de Eibary el asturiano de Oviedo, Miguel también, que lo distinguíamos por «Cabrochu», apodo típicamente astur.
No me resisto a contar un incidente en esta sección, en el que estuve involucrado accidentalmente, que pudo tener consecuencias graves para mi persona. Lo explico. En principio el oficial —valiéndose de su experiencia y buena vista—verificaba si en el conducto interior del cañón, por el que habría de salir la bala al ser disparada, se apreciaba alguna sombra perturbadora, cuestionando su pureza y rectitud, que el especialista procuraba corregir con su pericia profesional, —con una prensa singular que disponía al efecto— dando suaves golpes para enderezar, en el lugar determinado del cañón que la vista le indicaba como conveniente. Posteriormente, con la caja de mecanismo completa incorporada al tubo del cañón, la comprobación consistía en ver si el conducto, se encontraba en buenas condiciones. Para esto, se sujetaba el conjunto fuertemente en un tornillo de banco. Se hacía trabajar el percutor introduciendo una bala sin pólvora, especial para este menester. Se simulaba el disparo y si la bala se extraía sin problemas, el arma que se construyera con esta base mecánica y automática, iba ser bueno sin duda y funcionaría bien, que era lo deseable. Previamente se había introducido en el conducto una baqueta metalica corriente, para liberar el proyectil en el supuesto de quedar atascado.
Un día hubo un fallo incomprensible, ¿descuido?… ocurrió sin más. Entre las balas de «pruebas» se habría mezclado una pieza normal, con pólvora y pistón, que en la prueba salió disparada y expulsó la baqueta con fuerza y esta con un sonido silbante —como una flecha terrible—vino hacia mí, pues, la tenía enfrente, rozándome la oreja izquierda, incluso produciéndome sangre. ¡Menudo susto de todos! ¡Si me hubiera dado de lleno!… Miguel Gimeno descompuesto y en cuanto a mí, no quiero ni pensarlo. ¡Volví a nacer!… suele decirse en ocasiones como ésta. Me consuela haberlo podido contar.
Cuando al cañón se le habían aplicado sus atributos de disparo correspondientes —cajón de mecanismo y punto de mira inclusive, con pruebas positivas—, este se llevaba a la Sección de Empavonado que consistía en dar una capa superficial de óxido negro abrillantado, mejorando el aspecto del conjunto de acero que cubría, evitando su corrosión. Esta Sección —atendida por mujeres exclusivamente y orientada por una de ellas—, se encontraba integrada a la incumbencia del Montaje.
El pavonado que había penetrado en el interior del cajón de mecanismo, había que eliminarlo puliéndolo después, dejando un hueco limpio y brillante. El lugar donde se asentaba el cerrojo y el gatillo de disparo normal, había de quedar en su pureza inicial. Era un trabajo minucioso delicado —que sustituyendo la lima—se realizaba con palillos especiales de madera fuerte, impregnados de una sustancia de esmeril pastosa y dócil para este cometido, que luego se limpiaba con petróleo. Era una operación que hacíamos los aprendices, con la supervisión y correción de los oficiales. En la otra bancada —los trabajadores de ascendendiente carpintero— se dedicaban a ensamblar manualmente, la culata de madera robusta, a la parte trasera del fusil. El capataz «Jesús Granda» era un asturiano simpático y ocurrente. En esta sección trabajaba Antonio Pina, que fue ebanista notable en Petrer, habiéndose instalado terminada la Guerra Civil Española, en la industria y el comercio del mueble, con acierto y éxito, condición que perdura asistida por sus hijos. De talante amable y abierto, siempre me dispensó amistad y atención preferente, tal vez en recuerdo de aquellos tiempos singulares, de la Guerra Civil Española, que hubimos de compartir juntos. Me complace rememorarlos, en íntimo y postumo reconocimiento, para quien siempre fue considerado por el vulgo ciudadano, como persona buena y respetable.
También Vicente «el de Galbis» petrerense «de pro», a quien le profeso sentimientos semejantes de mis recuerdos. Fue oficial en esta sección, aportando a la misma, su pro- fesionalidad y buen hacer en el ramo de la madera.
El completo de esta Sección, madera, metal, delineantes y probadero—»Montaje» en su conjunto—, la dirigía un asturiano singular, estatura mediana, rechonchete en su contextura, talante amable, abierto y simpático. Se llamaba Paulino Fernández a quien le dedico un recuerdo especial. Era un buen Jefe. Nos ayudó mucho en nuestra promoción hasta la calificación que obtuvimos como «Aprendices de ajustador adelantados» a la que aspirábamos en nuestro trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario